Las Norias a vista de pájaro

By Admin on 15/10/2010

Un día del pasado mes de junio, transitaba por la Gran vía de Madrid; mi paso era muy pausado y lento pues no tenía mucha prisa, lo que me permitía saborear en todas las facetas de esta arteria urbana, corazón de la capital y “rompeolas” central de España.
La animación tradicional de esta vía era extraordinaria; observándose los detalles y alegorías de embellecimiento con motivo de su centenario, que este año se conmemora.
Ambiente abigarrado y cosmopolita, que siempre ha caracterizado esta calle emblemática del Madrid más tradicional.
-¡Pepe!, oí una fuerte voz a mi espalda, al girarme me encontré con Daniel M. gran amigo de la juventud y de la actualidad, aunque por circunstancias de la vida llevábamos largo tiempo sin vernos.
Tras efusivo abrazo decidimos tomar un café y así charlar largamente y contarnos nuestras respectivas vidas recientes. Así lo hicimos.
El diálogo que sostuvimos, aquí no lo reflejo, porque aparte de su privacidad, estimo que carece de interés para otras personas que no sean los interesados; excepto cómo se tramó el viaje en avión a Las Norias; que después relataré como ejercicio central de este escrito.
Daniel es en la actualidad un prestigioso abogado, perteneciente a una acaudalada familia madrileña.
Nos conocimos hace muchos años, cuando a mí me destinaron, en el ejercicio de mi profesión, a prestar mis servicios en el domicilio de una alta personalidad de la política española de aquel momento.
Daniel M. era vecino del citado personaje y allí comenzó a fluir una corriente mutua de simpatía, fraguándose una franca y sólida amistad, que aún continua con la misma intensidad que al principio; haciéndome confidente de sus ilusiones juveniles, de sus inquietudes y de sus proyectos soñadores.
En aquella época estaba finalizando la carrera de derecho; pero su gran ilusión era ser piloto de aviación; aprendizaje que simultaneaba con su carrera universitaria; llegando a ser experto aeronauta aunque esta actividad no ha llegado nunca a ejercerla profesionalmente.


Posteriormente, cuando empezó a recoger el fruto de su destacada trayectoria profesional como abogado, potenciada por una copiosa y suculenta herencia que sus padres le testaron, pudo cumplir su gran sueño: comprarse un avión.
No recuerdo el modelo del aparato, sólo recuerdo que era pequeñito; tenía ocho plazas de capacidad, pero potente, ágil y versátil, dotado de las técnicas más avanzadas y en el cual tuve la ocasión de viajar a Santander invitado por mi amigo; creo que fue en el año 1972. Fue un viaje placentero del que guardo un grato recuerdo.
Entre sorbo y sorbo de café recordamos aquella bonita excursión.
Me dijo que si me apetecía a repetir la experiencia, me invitaba, nuevamente, para el siguiente sábado en el que tenía el proyecto de ir, junto a su familia, a San Javier en su nuevo avión, el que hacía pocos días que se había comprado; con el solo propósito de matar el gusanillo del pilotaje, probar su nueva adquisición y bañarse en las playas de dicha localidad murciana, para regresar a Madrid a última hora de la tarde.
A pesar de que siempre que he tenido que volar lo he pensado profundamente, acepté la invitación, pero le puse la condición de que ya que íbamos a ir por la citada zona, teníamos que sobrevolar el lugar de mi nacimiento: LAS NORIAS.
Daniel aceptó encantado, por lo que quedamos citados a las 8:30 del día 26 de junio en el aeropuerto de “Cuatro vientos”.
La noche anterior no pude dormir pensando en la excitante y extraordinaria aventura que al día siguiente me aguardaba.
Amaneció claro y despejado, dando paso a un sol nítido y radiante que hacía presagiar un día de bonanza y clama.
Antes de la hora indicada, algo nervioso, es la verdad, me encontraba en el citado aeropuerto, provisto de mi particular “cámara fotográfica”, que simplemente consiste en un cuaderno y un bolígrafo, pero de eficaz fidelidad para captar imágenes e ideas.
A los pocos minutos, hizo su aparición, acompañado por su esposa Amparo y sus hijos Elena y Ernesto, mi amigo Daniel.
Después de los saludos de rigor nos dirigimos a la pequeña aeronave, la que se encontraba dispuesta para surcar el diáfano cielo.
Su hijo Ernesto hizo las funciones de copiloto, ya que él es también un avezado e intrépido piloto que se dedica como hobby a participar en competiciones acrobáticas de exhibición aérea alcanzando frecuentes e importantes éxitos a nivel nacional e internacional, que alterna con su oficio de reputado letrado.
El resto de la familia y yo ocupamos los cómodos asientos posteriores.
El siguiente paso fue hallar las coordenadas geográficas de Las Norias.
-37 grados, 27 minutos y 36 segundos de latitud norte.
-1 grado 51 minutos y 33 segundos de longitud oeste.

Este enclave geográfico yo lo conozco desde hace mucho tiempo, pero no quise facilitarlo por si pudiera influir negativamente en los cálculos aeronáuticos de mis amigos.
Aquiescencia de la torre de control, motores en marcha, maniobra de aproximación a la pista de despegue, máxima velocidad y potencia para elevarse de la tierra y emprender el vuelo autónomo y genial…
Abajo, a los pocos minutos pudimos divisar la depresión del río Tajo con sus verdes riberas y sus feraces vegas a su paso por Aranjuez.
El aeroplano seguía ascendiendo en suave trazado oblicuo hasta alcanzar 6520 mts. de altitud y velocidad “semilenta” de 470 Km. /h, magnitudes consideradas por los pilotos como óptimas.
Poco después, los amplios horizontes de vasta planicie manchega, moteada de pueblos y caseríos; arañada de carreteras y caminos rurales; tapizada de zonas verdes de cultivos diversos, en contraste con tierras de distintos matices marrones desprotegidos de toda vegetación…
-Pepe, estamos a 37º 41’ latitud norte y a 1º 42’ longitud oeste; es decir, en la vertical de Lorca y por tanto muy próximo a nuestro primer destino, me anunció Ernesto con una amplia sonrisa.
A través de la ventanilla pude observar su apretado caserío y ver con claridad sus fértiles campos, oasis del árido entorno lorquino.
El aparato redujo su velocidad ostensiblemente empezando a descender de modo notable para sobrevolar Puerto Lumbreras.
- Ahí viven gentes de gran valor significativo para mí, les comenté.
Descenso más acusado y a lo lejos el mar Mediterráneo en la costa almeriense-murciana con aguas azul turquesa muy intenso.
Giro de 360º y cada vez más bajo, encarando la rambla de Las Norias, para “rozar” el antiguo puente del ferrocarril; mientras, abajo, un rebaño de ovejas despavoridas por el estruendo, corrían dispersas en loca desbandada.
Gallinas aterrorizadas revoloteaban desconcertadas al rozar Las Norias.
Algunos vecinos se asomaban a las puertas de las casas, poniendo las manos a la altura de los ojos a guisa de visera para su mejor visión. No pude identificar a nadie, pues a pesar de la poca velocidad y altura que levaba el “pájaro mecánico”, por debajo quizá de lo legalmente permitido, sólo se percibía una secuencia de flashes rápidos e incoherentes; pero lo que sí pude identificar con claridad fue la “calle de alante”, la “calle de atrás” y la configuración general de la aldea: la iglesia con su campanario y reciente reloj; morada de la Virgen del Rosario a la que siempre he tenido gran devoción y a la que envié el siguiente mensaje: “Tú y yo somos viejos y fieles amigos, por lo que te ruego que intercedas para que esta extraordinaria aventura que hoy estoy llevando a cabo, finalice felizmente, y te prometo que iré a verte y saludarte de un modo más directo y natural sin que el vacío nos separe”.
Realizamos dos pasadas más, las que me sirvieron para fijar mejor las imágenes que percibía: Sierra de “Enmedio”, severa, tachonada de rojizos ocres de la sustancia ferruginosa
que se encuentra en sus entrañas; horadada por simas infinitas y salpicada de verdes matojos de tomillo; “la Boquera Honda”, chumberas jalonando sus alrededores, bancales de almendros, con profusión de higueras.
Parajes donde en mi infancia tanto jugué con mis amigos Leonardo, simpático y enredador, los hermanos Morillas afables y nobles y mis queridos primos… en aquellas vacaciones lejanas pero entrañables que siempre las evoco, me llenan de nostalgia íntima; pues fue el escenario, donde en parte, se despertó dulcemente mi juventud, y los hálitos de mi infancia.
También pude distinguir la casa de mis antepasados: donde yo nací.
¡¡Qué emoción!!...
Amparo, con su proverbial atención de mujer mundana y exquisita, descorchó una botella de excelente y burbujeante champagne y los cinco brindamos por esta bendita tierra.
Tras hábil y experta maniobra de sincronizado giro y ascenso, comenzamos a alejarnos, poniendo rumbo noreste, para seguir por el litoral y llegar, poco después, a San Javier, donde nos dimos un gratificante baño en sus templadas playas, después almorzamos en un bonito y bien atendido restaurante; riéndonos mucho con los chistes y ocurrencias de Elena, que hizo gala de su fino sentido del humor, haciéndonos pasar una divertida y agradable sobremesa.
Al anochecer llegamos sin contratiempo al punto de partida, con el regusto de haber pasado una jornada feliz.


NOTAS FINALES

Esta narración la escribo en Galapagar, donde estoy pasando unos días de descanso y la termino a pie de la tumba de don Jacinto Benavente, insigne dramaturgo y excelso maestro de nuestras letras; no sin antes certificar y dar testimonio de la autenticidad de lo aquí relatado.

Galapagar (Madrid) 15 de septiembre 2010-09
José Ruiz Carrasco

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